El pueblo atacameño forma parte de la cultura andina, y como tal, considera que la naturaleza, el hombre y la Pachamama (Madre Tierra), son un todo que viven relacionados permanentemente. El hombre tiene un alma, una fuerza de vida, y también lo tienen todas las plantas, animales y montañas, y siendo que el hombre es la naturaleza misma, no domina, sino convive. La premisa fundamental es mantener una relación de armonía con la Madre Tierra, el Tata Inti (Sol) y los ancestros (Abuelos) a través de la reciprocidad y el respeto. Es por eso que se realizan una serie de ritos asociados a mantener esta relación de veneración y responsabilidad con lo sagrado.
En el mundo andino, la cosmovisión está muy ligada a la bóveda celeste, dónde se refleja la vida terrenal y la vida trascendente de los espíritus. Los Yatiris y Amautas (hombres sabios de las culturas andinas) siguen hasta el día de hoy sus tradiciones conforme al movimiento del cielo, especialmente en relación al movimiento de la vía láctea. Allí se encuentran representados la mayoría de los animales más importantes de la cosmovisión y la vida cotidiana de los andinos, como la llama, la perdiz, el sapo, la serpiente y las ovejas. Así, el movimiento de las constelaciones ha mostrado por miles de años, y hasta el día de hoy, el momento oportuno para sembrar, cosechar, festejar, rogar, agradecer y rendir homenaje a los difuntos. De esta manera, el cielo proporciona al hombre andino el conocimiento necesario para vivir en el difícil entorno desértico, tanto a nivel de la actividad agrícola como de la ritualidad espiritual, que están siempre estrechamente ligadas.
Las culturas andinas contaban con calendarios y centros de observación de estrellas y otros astros, llamados espejos astronómicos, ubicados en lagunas y altas cumbres. Estas herramientas eran fundamentales dentro de su práctica social y ritual.